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SOCORRANIDAD


Doce mil doscientas diez hectáreas de tierra albergan una raza de gente bravía y luchadora, capaz de transformar un mundo heredado de una mezcla extraña de español e indígena; los primeros de una codicia y ansia por el oro, los otros, de un tesón y una pujanza convertida en malicia nativa para enfrentar el peligro.  Eso somos nosotros, el resultado de una sed de libertad, de una humanidad cambiante que no se conformaba con cualquier cosa; de un pasado lleno de ganas de vivir, de héroes inverosímiles, de leyendas celestiales y terrenales en los que no se sabe dónde empieza o termina lo irreal.

 

Por otra parte estamos rodeados de personajes ilustres, con la gallardía suficiente como para romper un edicto y empezar la liberación del yugo español; tal es el caso de Manuela Beltrán, una mujer con coraje, hermosa, luchadora y como decimos aquí  echá pa´lante”  fiel retrato de la mujer de nuestra tierra.

 

También es de resaltar aquel maestro ilustre que en un diapasón esquivo plasmó un Socorro de calles plateadas donde se reflejara su lunita consentida que alumbraría por siempre el jardín de sus recuerdos.  O aquel ilustre pintor que llevó al lienzo la mejor de sus carambolas en un pueblo sin ladrones.


En sí, en dónde encontraríamos un conde sin un ojo, un capitán al frente de un escuadrón de perros o una hormiga seductora y exquisita.  Si no fuésemos hijos de esta tierra no seríamos artífices de paseos inolvidables con majestuosas ollas que albergan manjares exquisitos como sancochos y mutes, con productos paridos de nuestra tierra, anfitriones de fiestas fragorosas animadas con ritmos propios y extranjeros.

 

Así pues somos los encargados de continuar con el legado histórico y cultural que nuestros antepasados dejaron.

 

En nuestra memoria quedan la cuna de empresas como Bavaria KOOP, Coltabaco, aguardiente superior y empresas textileras que hoy hacen grande a Colombia.  Por el momento sigue nuestra pujanza en actividades agrícolas, ganaderas, turísticas, empresas paneleras, dulceras y tostadoras de café que representan nuestra industria en un concubinato puro con el afán de surgir y los claustros del saber que son la esperanza                                                                                          de que aún queda esperanza, el ápice de luz que entra por la ventana clandestina de un amor patrio que se extingue de manera diacrónica.

 

En este presente seguimos las huellas de un ayer forjador en un antier sempiterno que nos conducen por el camino del hoy y moldean mujeres y hombres sinceros, altivos y arrogantes que seguirán zurciendo en el nuevo milenio la inmensa tela de la libertad.

 

Simplemente.....   Somos socorranos.

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